Es como la lluvia en una película muda, o como un barco en el fondo del mar, o como una galería de espejos a la hora de cerrar, o como la tumba del ventrílocuo mundialmente famoso, o como el rostro de la novia cuando se sienta a mear después de hacer el amor toda la noche, o como una camisa secándose en el tendal sin una casa a la vista… Bueno, vas pillando la idea.
De 'El monstruo ama su laberinto', Charles SIMIC.
Ella estaba rozagante como calle mojada. Ésta podía ser la última mujer de su vida, se dijo. Siempre se lo decía porque, como todos, no tenía llenadera, y porque, como todos, estaba convencido de que se merecía coger una vez más antes de morir.
La Tres Veces Rubia se volvió hacia él y lo miró con cara de que le había dicho algo imperdonable. Lo observó temblorosamente por un par de segundos, luego lo jaló de la nuca y lo besó, le metió la lengua y la movió sobre la suya como reconociendo una posesión nueva, lo marcaba más que lo besaba, y él que ya venía tan acelerado no supo qué hacer, pero su mano izquierda, que ya había girado con la cintura de ella, y su mano derecha, que había quedado sobre su vientre, le emprestaron la voluntad que se le había mareado.
Fragmentos de
La transmigración de los cuerpos, Yuri Herrera.